La semana pasada estuve en el consulado venezolano en Madrid para prorrogar mi pasaporte. Decidí prorrogarlo por un año porque sacarme uno nuevo parecía casi imposible por la cantidad de cosas que piden (incluyendo el primer mechón pelo que te cortaron de bebé) y la cita por Internet que nunca responden, así que como tenia posibilidad y cumplía los requisitos de prorroga, me aventuré hasta el consulado a ver qué tal porque para la prórroga no necesitas cita.
He comprobado ese hecho que dice que las representaciones diplomáticas de un país en territorio de otro, son parte del territorio del primero, en el caso del consulado venezolano, no sólo la sede del consulado, los alrededores también lo son…así que paso a contarles porque estar en un consulado venezolano, me dicen que lo mismo pasa en Miami, es como estar en casa.
Había oído hablar de como la gente hacía cola para sacar papeles desde las 6 am, y eso que abren a las 9. Y digo había oído porque hasta ahora, y luego 4 años aquí, no había tenido que pasar por el consulado, pero a Venezuela sólo puedo entrar con el pasaporte venezolano, así que ni modo, ya me tocaba. Pues en eso, el consulado es como el propio SAIME que antes se llamaba ONIDEX, madre mía que manía de cambiar el nombre a todo!!!!, en Venezuela, hay que llegar a las 5 ó 6 am. La verdad, no fui capaz de llegar a las 6 am, ya no estoy acostumbrada a esas cosas…so sorry.
A las 8 de la mañana salí de mi casa persignándome y pidiéndole a Dios que no tuviera que pasar 2 días con sus noches, como muchas veces pasa en mi querido país, para sacar el condenado pasaporte. Bueno debo confesar que yo nunca pasé semejante tiempo allá tampoco, porque siempre estaba la figura de ese matraquero que se ofrecía hacerte la cola previo pago de una cantidad considerable, o de los ya organizados gestores que te sacaban más que buen dinero por un pasaporte.
Justamente, a uno de estos dignos representantes de la viveza criolla fue lo primero que me encontré al llegar al consulado. No había llegado a la puerta del consulado para que me dieran mi ticket, que gracias a no se cuál deidad del Olimpo no se habían acabado (sólo reparten unos 30 números diarios) cuando me abordó un empleado de “Orinoco Express, Organización de gestiones en Venezuela, España y Europa” quien me explicó sus servicios y me dio un volante. Le dije no gracias, y me dispuse a las 9 en punto de la mañana a hacer mi cola, número en mano, fuera del consulado. En cuanto me paré en mi lugar, fue la antepenúltima de la fila ese día, se acercó otro muchacho ahora de “Tamarindo Express”. Nuevamente, tuve que oir la lista de los servicios que los “expresses“ estos ofrecen. Otro: no gracias, muy amable.
Iba a sacar un libro, cuando otro señor se me acercó, sigilosamente, para decirme que tenía empanadas, café, malta y jugos, y yo: ¿pero en dónde?, y él: allí en la maleta del carro, es que no lo puedo tenerlo aquí afuera…ahhhh, no gracias, a lo mejor más adelante, le contesté.
Al fin pude sacar el libro, cuando comencé a oí música llanera, era otro señor, se acercó a mí y me explicó que él cantaba todos los sábados en un restaurant venezolano cerca de Gran vía que se llama “Alma Llanera”. El amigo, traía un morral del cuál salía toda clase de música venezolana, me ofreció un cd que contenían todos esos ritmos. Yo le dije que no, pero vi como lograba venderle uno de esos a un señor que estaba antes en la cola.
A las 10:00 am, llegó la policía de Madrid, uno de los agentes entró al consulado y el otro se quedó afuera. Imagino que los vecinos llaman todos los días a la policía por la gente que se llega a juntar en los alrededores del consulado. Ese día se hacían 2 filas, a la izquierda de la puerta, la de los de pasaportes y otros trámites, a la derecha, los que se querían inscribir en el registro electoral. Eso aderezado con los “expresses”, el de la música llanera y el vendedor de empanadas, es más de lo que los vecinos están acostumbrados a soportar.
A los 10 min salió el policía dispuesto a irse, pero su compañero que había pillado al de la música, mantenía una conversación con éste. Le decía que no podía vender en la calle, y el chico trataba de explicarle que él no sabía, que no pretendía hacer nada malo. Todos observábamos la escena esperando que no se lo llevaran preso. Al final, el policía le dijo que por ser la primera vez que lo veía por allí, lo iba a dejar ir, pero que no quería volver a verlo. Los policías se fueron y el hombre apagó la música y se sentó en la acera. Yo no lo podía creer… ¿se iba a quedar allí arriesgando la suerte que había tenido?. Los “expresses” se le acercaron y le recomendaron irse, y así lo hizo el hombre.
A las 11 de la mañana, y luego de dos horas de pie en un día de esos que parecen de verano, sucumbí y le pedí al de las empanadas que me trajera una de carne mechada. Ya había visto a varios de la cola comerlas y continuar vivos, así que me arriesgué. Claro, al de las empanadas no le había tocado irse porque ése sabía muy bien como hacer las cosas. No llevaba las empanadas en la mano, se acercaba sigilosamente y te preguntaba, si tú le decías que sí, iba disimuladamente hasta el coche y sacaba una pequeña bolsita con la empanada.
El tiempo que estuve en la cola me sirvió también para darme cuenta de otra realidad que no había visto en los venezolanos que conozco aquí. En la cola, había gente ilegal, venezolanos indocumentados. Yo la verdad no conocía a ninguno hasta ese momento. Todos los venezolanos que conozco aquí, son como yo, tienen un padre o un abuelo español, italiano o portugués y por ello tiene nacionalidad europea también. Ese día oí dos historias de compatriotas que estaban tratando de legalizar su situación, pero igual me di cuenta que la era un porcentaje mínimo, apenas 2 de 30 personas… y claro esa es la diferencia de los venezolanos frente al resto de la inmigración que está en España.
Luego de 2 horas y media, logré entrar en el consulado. La parte visible al público la forman apenas 3 taquillas…por eso la cosa va tan lenta. Debo admitir que iba con el prejuicio de que los chavistas del consulado iban a ponerlo todo difícil y que serían ordinarios y sin educación. La verdad no fue tan malo como creía, sí tenían pinta de nuevos ricos, pero no fueron mal educados, ni prepotentes.
Al cabo de 3 horas logré salir del consulado con mi prórroga, y además con el cambio de registro electoral. Ahora ya podré votar aquí. No me había inscrito antes, porque apenas llegué a España, una compatriota que encontré sacando el DNI me dijo que el voto de aquí nunca llega, y que el último año ni siquiera les dejaron votar después de hacer la cola toda la mañana porque “y que no tenía el material completo”. Ante esa evidencia nunca quise ir al consulado hasta que no fuera estrictamente necesario, pues además de esta razón, no quería que supieran que estoy viviendo aquí. Imagino que debe haber una lista general de todos los consulados, donde el gobierno puede comprobar cuántos “apátridas escuálidos” hay viviendo afuera. Pero bueno ya que estaba allí, sentí que mi deber era hacerlo, y aunque mi voto no cuente, iré a votar, si me dejan, el septiembre próximo.
Le recomiendo a todo aquel que extrañe a Venezuela en el extranjero, que no se entristezca y se acerque al consulado más próximo para pasar la mañana. Es como estar en casa… oyes los cuentos anecdóticos de la gente, ves la fauna de vivos matraqueros, oyes música criolla y si tienes suerte, como yo, lograrás comerte una empanada de carne mechada, que por cierto estaba muy buena.
2 comentarios:
La Joda Nacional traspasa fronteras...
Lo mismo te digo, Nancy. Qué alegría volver a saber de ti.
Nos quedamos en contacto a través de nuestros blogs y facebook.
Espero que todo te vaya genial.
Un beso
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